Un día hace algún tiempo, al mirarme en el espejo por primera vez en muchos años, no me gustó lo que vi, el reflejo que proyectaba no era el mismo de lo que yo sentía y creía ser hasta ese momento, fue algo así como una epifanía, como un llamado de atención desde lo más profundo de mi ser de que algo se estaba perdiendo, o mejor, se había perdido ya, y era el momento de volverlo a encontrar, creo que a partir de ese momento de mi vida empezó uno de los cambios más trascendentales de mi historia, en ese momento hice consciencia y es justo eso lo que nos hace falta para poder efectuar en nuestra vida un proceso de cambio y transformación que nos permita no solo estar y sentirnos bien, sino trascender e inspirar a otros.
He leído y escuchado de muchos eruditos y de algunos no tan eruditos pero no por eso faltos de razón, que no puedes dar de lo que no tienes, que si no te amas a ti mismo, es muy difícil, por no decir imposible, que seas capaz de dar amor a los demás, que si no sientes gratitud por lo que eres y tienes es poco probable que puedas agradecer de corazón a los otros y que si no te perdonas por tus errores y omisiones tampoco lo podrás hacer con los que te rodean.
¿Cada cuánto te tomas el tiempo de mirar dentro de ti? Leía por ahí una historia de esas que pasan de boca en boca y de libro en libro hasta el punto de que se pierde en el tiempo quien la escribió, y decía mas o menos así: En el principio de los tiempos todos los hombres teníamos el don de la divinidad, éramos dioses, pero nuestra actitud irresponsable e imprevisible y la falta de tacto para manejar ese don, llevó a la vida a quitárnoslo y ocultarlo en un lugar donde no lo pudiéramos encontrar, para hacerlo la vida reunió a un grupo de sabios, que por su sabiduría podían aconsejarla de cual era ese lugar, uno de ellos se apresuró a dar su solución y recomendó enterrarlo en lo más profundo, pero la vida le replicó que el hombre era inquieto por naturaleza y escarbaría y escarbaría buscando cosas y podría encontrarlo, otro sabio propuso entonces depositarlo en lo profundo del mar, pero su opinión fue rápidamente desestimada pues el hombre podría sumergirse en el mar en busca de alimentos y tesoros dada su necesidad y curiosidad infinita, finalmente otro sabio propuso ponerlo en la luna, un lugar lejano e inaccesible para los hombres por su incapacidad de poder volar, opción que la vida objetó pues el hombre era muy ingenioso y creativo y con su espíritu aventurero podría llegar a crear los medios para alcanzar la luna. Ante está difícil decisión, sabiamente la vida tuvo una gran idea, depositarlo en lo más profundo del corazón de cada hombre, pues, por naturaleza, esté siempre está buscando y mirando hacia afuera y nunca o casi nunca lo hacía poniendo su mirada dentro de sí mismo.
Esta historia, fabulesca, además, es una clara muestra de como actuamos los seres humanos, vivimos todo el tiempo de lo que pasa fuera de nosotros, queremos ser como los demás, tener lo que otros tienen y vivir la vida maravillosa que creemos tienen otras personas y poco o casi nada nos ocupamos por mirar dentro de nosotros y liberar todo el talento y potencial que tenemos. Solemos quejarnos permanentemente de lo poco que realmente nos falta, aunque para nosotros es un mundo y poco agradecemos la cantidad de cosas valiosas y maravillosas que tenemos.
¿Recuerdas cuando fue la última vez que estuviste unos minutos literalmente haciendo nada, pensando solo en ti, en tu respiración, o con la mente en blanco?
Creo que encontrar la respuesta es difícil y para algunos podría ser casi nunca y es que forzamos nuestro cerebro a trabajar sin descanso, dicen los estudios que una persona normal puede tener en un día alrededor de setenta mil pensamientos y de esa gran cantidad, cerca del 80% o más son pensamientos inconscientes, es decir ni siquiera nos percatamos de su existencia y el resto, los que si son conscientes, en su gran mayoría son pensamientos negativos, muchos de ellos preocupaciones de cosas que casi nunca se harán realidad, pero que nuestro cerebro instintivo o reptiliano se esmera en mantener por supervivencia.
Me imagino que, como a mí me ha pasado, te has despertado muchas noches después de tener un sueño (maravilloso o no) y al cabo de unos pocos segundos no recuerdas nada del mismo o te levantas en la mañana con la sensación de haber soñado algo, pero tienes la mente en blanco, ese es tu cerebro inconsciente que nunca para, que no se detiene.
La autoconciencia, así como el proceso de autoconocimiento son dos competencias fundamentales a desarrollar o fortalecer si queremos ser líderes emocionalmente fuertes y preparados para los retos que cada día se nos presentan, ya no es bien visto, por sus resultados nefastos además, el estilo coercitivo y dictatorial, tan usado en el pasado y que hoy en día muchos quieren mantener, en algunas escasas ocasiones es necesario, para dar un golpe de timón, un cambio de rumbo o tomar una decisión de supervivencia en la organización, pero no debe convertirse en algo permanente pues socava profundamente la cultura y deteriora el clima laboral, con su impacto además en los resultados del negocio.
Así que te invito a que te des una vuelta regularmente por tu interior y trates de conocerte y entender porque haces lo que haces, que te hace reaccionar de cierta manera y como puedes liberar toda esa actitud y buena vibra que te pueden llevar a ser un gran líder para los que te rodean. Es un reto.
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